sábado, 29 de noviembre de 2008

Adieux, mon amour


¡Cómo pasaron las horas!
Los días, las noches, el tiempo...
Ayer éramos fuertes personas
y hoy sólo cenizas en el viento.
Sé que con esa carta no podré ser explícita
Imagino tu lectura allí sentada
Quédate conmigo, por favor
no hagas más infinitas mis noches en tu ausencia
Que tus brazos gélidos me abracen
hoy sólo le ruego a Dios
Que mis ojos ya no lloren
aunque este sea mi último adiós

viernes, 21 de noviembre de 2008

En mi sueño


Recién: fue recién. Te soñé en mi pequeña siesta; es increíble que en tan solo minutos hayas aparecido en mis fantasías oníricas... Me acuerdo todo perfectamente.

Debía esconder esos tres pares de botas que tenía, y los cubrí con mi campera negra, dejándolos en el medio de la calle -irónicamente, como para que no fuesen vistos-. Corrí veloz hasta la ubicación de mi madre, quien se hallaba cruzando la calle, y dije en mi interior "hoy veré a esa persona" -pronuncié en mi mente su nombre, claro-.

Ahora noto que mezclé mi realidad en el sueño: miré cada auto para ver si era el tuyo, cada persona para observar si eras tú, aunque fuese completamente distinta, y nunca aparecías. En un callejón, recién, tu auto se estacionaba y yo te miraba de reojo mientras seguía caminando indiferente. Apenas quise comprobar que eras tú quien se hallaba en el vehículo. Efectivamente fue así.

Y esta vez, para mi sorpresa, saliste y me llamaste; y yo, antes de darme la vuelta, sonreí agraciada. Parecías tener confianza y me abrazaste. Mi mamá nos miraba y te saludaba, claro. Luego, te despediste; todos nos despedimos. Con amplias sonrisas me dijiste "hasta el lunes", a lo que corregí "hasta el martes", y marchamos cada uno con su propio rumbo.

Ante un alborozo disimulado, comenté "¡Yo sabía que vería a aquella persona, tuve ese presentimiento!", y dando pequeños saltos, apresurada corrí a encontrar mis botas, que ahora se hallaban en el medio de otra calle.

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Lo que deseo remarcar es que casi nunca en mi vida veo a la persona en la que estuve pensando infinitamente en un determinado día; en cambio, por lo general puedo verla cuando no la pienso. En mi sueño, eso fue distinto. En realidad, si comienzo a reflexionar ahora, todo fue diferente, ¡y tan bonito!

domingo, 16 de noviembre de 2008

Libertad


Me encantaba sentir el viento entre mis manos, la suave y azotadora brisa que jugaba con mi cabello. Cerraba los ojos esa primavera, que parecía más otoño que primavera. Pude escuchar los silbidos infinitos de aquella tarde. El mar recitaba los versos más hermosos que en la vida pudiere oír. Y un piano, con sus delicadas y nostálgicas melodías me hundía en aquel sentimiento onírico… ya las palabras me habían abandonado; sólo me limité a ser una hoja más, arrastrada por el aire fresco. Ya nada me detendría, aunque estaba más tiesa que nunca. En ese momento amé y lloré entre risas. Era emoción, tal vez. Era nostalgia. Nada podría jamás reemplazar ese simple viento, ese piano, ese sentimiento. Estaba loca, yo lo sabía; mis palabras no concordaban en absoluto, se enredaban en mi mente y no conseguían conexión alguna. Y con mis manos yo semejaba direcciones de orquestas, persiguiendo, en un mismo lugar, el eterno camino de la tierra que escapaba apresurada de la tormenta que pronto llegaría. Mi cabeza danzaba con la estela de arrobamiento que me había atrapado; mis manos, cada vez envueltas en movimientos más bruscos, sacudían mi cabello y acariciaban mi alma, tan silenciosa y llena de vida. Entonces bailé. Mis pies, furiosos e impetuosos, pisaban la libertad. Bailé, dancé con la esencia de un nuevo ocaso. Y me convencí una vez más de que estaba cautivada, cautivada por el embeleso. Tropecé con una roca y caí; palpé mi boca con mis dedos gélidos y abrí los ojos cansados: pequeñas gotitas escarlatas de gran consistencia fluían por mis manos, mientras sentía la boca empapada. Y con la dulzura de ese líquido me adormecí. Cerré mis ojos y sonreí.

viernes, 14 de noviembre de 2008

Frágiles contradicciones



Me puse a pensar... pensamientos infinitos. Nunca dejaré de relfexionar sobre ti, sobre mí, sobre todo.

Las lágrimas caen sobre mi rostro al saber que estoy letalmente enmudecida, que nunca te diré todo lo que siento. Podrán ser, si me animo, simples parabras para nada abarcativas en comparación a lo que pasa por mi mente y en cómo te veo. Y comprendo por qué es que siento tristeza cuando estoy contigo, mientras, a la vez, estoy completamente alborozada y con continuas sonrisas que abarcan todo mi rostro.

Es que no me gusta leer contigo, al lado tuyo; porque identifico todos los versos de esas hermosas poesías, de esos bellos renglones, con mis sentimientos hacia ti. Porque, mientras leemos, mis ojos no siguen la lectura en verdad, sólo te contemplan mientras recitas cada palabra, perfecta en tu boca. Y cuando pones más énfasis, cuando dices mis partes preferidas de esos libros, es cuando siento que me ignoras, ya que no me miras esperando una respuesta... Entonces, ¿por qué disfrutar plenamente esos momentos?

Y no me gusta que preguntes cosas al aire, porque tengo la sensación de que esperas mi respuesta, aquella que nunca te doy, porque tengo miedo a equivocarme. Es absurdo tal vez... soy humana y puedo cometer errores. De hecho, es común. Pero me da vergüenza, tengo temor a que frunzas el ceño una vez más, y yo sienta, así, que he fallado, y posiblemente, te he decepcionado. -Bueno, como si yo fuese la gran cosa...- Por eso opto por el silencio, que me está consumiendo intensa y profundamente; y a veces dudo también si éste es la mejor opción. Por eso me disgusta que interrogues y hagas pausas... porque tengo el presentimiento que me dice que tu mente está esperando algo de mí, y tú nunca oyes nada, porque, simplemente, no hablo, por idiota; sino ¿por qué más? Muchas veces esas cosas que quiero decir, todas esas palabras que ansían volcarse en el éter para llegar hasta ti, finalizan dichas por otros, siendo correctas y gratificantes en tus oídos, y entonces me pregunto "¿por qué no las dije?". Es sencillo: porque no me animé, porque soy cobarde.

Y aborrezco ver que algún mechón de tu delicado cabello se desprenda atrevido y tape una parte de tu rostro, porque no soy yo que lo acomoda tras tu oreja, sino tú.

Y me molesta que sonrías porque, si bien me llenas con esa suave y eclipsante luz que amo, me convences una y otra vez de que terminaré aún más enferma, aún más frágil, cegada por tu luz.

Y odio saber que mientras haces tu trabajo de siempre, allí, acompañándome, allí, tan cerca de mí, me hipnotizas involuntariamente. Es que soy tan susceptible... y más cuando estoy contigo. Porque me hablas, porque me miras, porque me sonríes, pero siempre tan normal; son discursos, son miradas, son sonrisas tan cotidianas y a la vez tan particulares y llenas de algo... Pero no son para mí, eso es seguro, y es por eso que estoy desangrando internamente: debido a que tú nunca sabrás que yo deseo que me dediques, especialmente, algo tuyo, así como, día a día, la mayoría de cosas que hago, las hago por ti.

Y detesto que te vayas, que tus zapatos pisen cada pedacito de suelo, porque se que el suelo siente tus pisadas; y en eso él y yo somos tan parecidos... tú nos pisas, porque es inevitable, y nos dejas huellas que nunca podrán ser borradas. Pero lo que nos diferencia, es que tú lo tocas directamente... en cambio a mí... Yo nunca sentí siquiera tu sutil mano ebúrnea sobre mis hombros, ni tú, la mía en ella. Quizás -y ojalá- hayas sentido, por lo menos, todo lo que me animo a darte en tu presencia, pero aquello que no percibes: suspiros esperanzados que desean tener tu compañía... una vez más.

jueves, 13 de noviembre de 2008

Eternas e infinitas gracias


Cómo empezar… por dónde... si las palabras no bastan para este agradecimiento infinito.

¿Podés creer que estoy empezando a sonreír, y que cada vez me cuesta más llorar? –Sí, es por un lado, algo horrible, ya que muchas veces te extraño de una forma inverosímil y a las lágrimas les cuesta salir- No se cómo explicártelo sin que suene exagerado… ¿y cómo detallar algo tan profundo si ni siquiera puedo hablarte? No, nunca lo sabrás, y esa es, justamente, la razón por la cual agonizo día a día, más la de saber que ya no te veré. Pero más allá de lo que estoy sufriendo ahora, más allá del encanto con el cual me has envuelto, que me hace sentir tan estúpida, estoy irrevocablemente segura de una cosa: yo me siento viva, y gracias a ti, en gran parte.

Nuevamente, reflexiono sobre mi vida pasada –no muy lejana, después de todo- y la examino. En ella me sentía tan vacía, sin darme cuenta entonces de que estaba tan llena de sentimientos letales. Sí, fue un pasado oscuro; yo me encontraba en las penumbras, todo lo veía con distintos ojos, y la irrealidad que siempre me encandiló, me dañaba… y mucho. Todo era tinieblas, por así decirlo. Siempre sentía tanto sueño… pero no era mi deseo dormir una siesta, sino yo quería, de una vez por todas, quedarme eternamente dormida, y no despertar jamás. Era aborrecimiento hacia la vida misma, y hacia todo su entorno: algo indescriptiblemente mórbido. Debo admitir que muchas veces me he ahogado en un sopor tan dulce que me invadía de tristeza y ganas de acabar… acabar con todo. Pero nunca fui lo suficientemente valiente para irme por siempre, aunque estuve demasiado cerca de la caída abismal tantas veces… y hoy lo agradezco. Doy gracias por no haber saltado, por no haberme dejado llevar. Muchas veces, la cobardía termina siendo una óptima elección, que después de todo no es elección. ¿Y sabes por qué? Porque repentinamente –en mi opinión- descubrí algunos destellos lejanos que aún brillaban para que yo los alcanzara.

Y, como ya mencioné, gran parte de esa metamorfosis fenomenal se dio por ti: sin darte cuenta me diste algo por lo cual luchar. Me diste ánimos, fuerza, júbilo, y todo involuntariamente, lo se. No quiero engañarme diciendo que ahora es todo felicidad, porque, definitivamente, no lo es; pero el mundo obtuvo esos bellos colores que nunca había poseído hasta entonces. Surgió un hermoso arco-iris después de la lluvia. Pero debo aceptar que ese arco-iris no es eterno, y que muchas veces desaparece. Es más, se que el brillo de ese fenómeno fulgente se irá, dejando algo, que sin dejar de ser arco-iris, ausente de luz estará. Sin embargo, lo importante de esto es que por lo menos, sentí, por un período en mi vida, los destellos tan cercanos, y lejanos a la vez…

No estoy completamente segura si eres ese motivo por el que luchar, pero, que me diste causas, eso es incuestionable. Y es por eso que te amo, que te quiero; no se definirlo. Es por eso que te veo de esa forma… Quizás deba pedirte perdón por esto, que puede resultar un tanto bizarro, pero es lo que siento. Aunque, ¿cómo pedirte perdón? Si ni siquiera te lo he dicho… Es absurdo, no lo sabes. Y repito: nunca lo sabrás, a menos que el coraje esté de mi lado por fin, y las consecuencias no sean lamentables. Es que no me es fácil hablarte… ejercí tanta asimetría que hasta me cuesta respirar a tu lado, temiendo que ese aire que inhalo y exhalo sea paupérrimo, y me sofoque sabiendo que es digno de mi respiración. Por eso, por dentro de mí hay gritos ululantes que lo dicen todo, ruidos que expresan cosas infinitas. Y fuera de mí parece haber tanto vacío…

Aún así, sea como sea: vacía, llena, fuerte, soberbia, débil, frágil, o como me veas, es así como quieres verme, porque estoy segura de que no es como soy. Si alguna vez te enteras de esto, espero lo entiendas, ya que tú… tú no me renaciste… tú me hiciste nacer por primera vez.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Su sonrisa


¿Cómo describir esas perlas que brillan cada vez más fulgentes cuando su rosa -tan perfecta y hermosa- se abre para sonreír? ¿Cómo hacerlo, entonces, si con nada se puede comparar? Su sonrisa está tan llena de alborozo, de luz... y de una inocencia enternecedora... Es tan brillante que encandila, y sólo por unos vagos segundos... Sí, hoy sonrió, y en la nada me dejó. (Nuevamente).
Recuerdo que los minutos pasaban de manera tan rápida y yo me entristecía cada vez más, sabiendo que no disfrutaría su presencia hasta unos días después. Pero eso no era lo que peor me dejaba: sinceramente, era que esa persona no me observaba, no en absoluto. O eso creí en un principio. Y yo estaba allí, enfrente, agonizando absurda y profundamente por escuchar mi nombre volcado de sus labios, y disfrutando cada vez que sus majos ojos cruzaban, involuntariamente quizás, una penetrante mirada con los míos. Entonces yo me erizaba, no por temor, sino por insignificancia. ¿Qué era yo, ante esa mirada y ante su presencia eclipsante? La respuesta es clara: nada. Esperé y esperé, totalmente en vano. No dijo mi nombre, no me llamó ni me escuchó siquiera. ¿Qué podría escuchar, si yo no hablaba tampoco? El silencio, tal vez... Un eterno, sutil y abismal silencio que con mi alma fluía en el éter. Un silencio del que, probablemente, se percató, pero no le dio importancia, ya que nada comunicaba, nada trasmitía, por más que en él, yo mis íntegras esperanzas entregaba; pero era una ausencia de sonidos y de palabras tan inerte que me consumía en mi interior, mientras la llama de la extroversión que algún día pudo haber brillado venerablemete en mí, se iba apagando con fuerza.
Eso sí, por suerte sonrió. Varias veces. Una y otra, por frases, que con travesura, escapaban de su boca. Frases que, tal vez sin ser graciosas, me contagiaban y me inundaban de una alegría ficticia. Y mientras, me miraba con esas miradas casi espontáneas. Bueno, sólo se detenía en mis ojos por milésimas de segundos, tan fugaces como ese júbilo y esa satisfacción que yo sentí en aquellos instantes tan mágicos.
Y aunque no me haya dicho nada ni haya tomado mi mano, logró hundirme, una vez más, en el arrobamiento, cautivando mis sentidos... con tan solo unas sonrisas.




lunes, 10 de noviembre de 2008

Reminiscencia


Ayer me senté al lado de la ventana y contemplé la simple calle que permanecía allí, con su gente marchando de un lado al otro. Era el atardecer, y el viento me susurraba en los oídos. Pude sentir, entre tanto calor, un poco de aire fresco. En eso me puse a pensar, reflexioné en mi interior... pero no encontré nada. Estaba casi vacía; sólo algo me invadía: nostalgia. Sí, era nostalgia por momentos hermosos que sucedieron en el pasado. Pero lo más extraño era que sentía nostalgia por sucesos que nunca pasaron, cosas que ahnelo que ocurran, y que, a pesar que estar tan lejanas a mí, me traen recuerdos de algo nunca vivido. Era un sentimiento bastante particular, no tenía sentido alguno... tampoco explicación tal vez. Simplemente ocurrió, y ya.
Eran instantes que imaginaba -y aún imagino- que me invadían repentinamente, dejándome, una vez más, como lo que siempre fui: una ilusa. Eran caricias que recorrían mi cuerpo, esas que nunca recibí. Eran abrazos que apretaban mi cuerpo, esos que jamás sentí. Y eran palabras que fluían por mi boca, aquellas que nunca pude decir. Y entonces comencé a llenarme; después de todo no estaría tan vacía... Me inundé de melancolía, pero aún sentía una leve alegría. ¿Alegría? No, no era eso. Era algo diferente que, absurdamente, me hacía sonreir. Y empecé a inundarme de sentimientos que se disparaban a doquier por mi mente, percibí tantas cosas a la vez...
Y quedé atontada y adormecida, siendo que un rincón de mi ser se sentía más insomne que nunca; y miré nuevamente a través de la ventana: vi cómo la gente caminaba sin notar algo siquiera. Y sonreí una vez más, feliz y afligida por esas ocasiones que nunca sucedieron, y que sin embargo extrañaba tanto...

domingo, 9 de noviembre de 2008

Cuanto más cerca, más lejos.


Es increíble cómo te tengo tan cerca y no puedo ni hablarte... tu calidez me entibia cuando me siento fría... se que todo lo que alguna vez me congeló, se derrite lentamente cuando te contemplo.
Necesito tu compañía. Ella me abriga, me da aliento y ánimos. Entre, quizás, tantas lágrimas, despertás una sonrisa de alegría, y sin siquiera darte cuenta.
Me siento profundamente débil y frágil. Sí, yo, la que en su momento te deleitó, la que creés que vive allí, silenciosa y casi inerte, con algo para dar pero sin nada que decir. Si supieras todo lo que mi mente quiere expresar... si entendieras que mi corazón palpita a punto de una taquicardia mortal cada vez que te acercás y me hablás... Pero no, yo no voy a decir palabra alguna, quedando como una chiquilina soberbia o vacía, siendo que, en realidad, las palabras abandonan mi ser y se adormecen mis sentidos. Y sí, es por eso que no te digo nada, es por eso que soy muda ante tus oídos: porque en tu compañía, es mi corazón el que habla hasta por los codos, pero son mis labios los que se cierran repentinamente bloqueando la expresión que tanto anhelo volcar.
Y cada vez estamos más cerca, cada vez me cuesta más respirar; sin embargo, me niego rotundamente a abandonar esta sensación, porque me asfixiás haciendo que el aire que me falta sea el que me devuelva la vida.
Y cada vez más cerca, gracias a mis decisiones. Deseo quedarme allí, frente a vos por siempre, obligando a mis ojos a mirarte una vez más, porque se que el tiempo se acaba y ya no te veré. Y obligaré a mis labios a abrirse, aunque sea poco a poco. A decirte algo, un "adiós", un "hola", porque se que si no lo hago ahora, me lamentaré eternamente. Porque se que estamos tan cerca... y tan distantes de repente...

sábado, 8 de noviembre de 2008

Tiempo

¿Nunca se pusieron a pensar que el tiempo es, muchas veces, totalmente subjetivo? Es que no cambiamos su correr al decir "las horas se pasaron volando" o "qué lento que pasó el tiempo" No. Cada hora dura sesenta minutos, y nuestras percepciones acerca de ellos pueden variar inverosímilmente. Sí, es increíble cómo vivimos y cómo sentimos el tiempo de maneras diferentes según nuestras acciones, estados de ánimo, etc; y es algo que puede pasar -y de hecho, lo hace- constantemente. Pero hay algo de lo que podemos estar convencidos y completamente seguros: el tiempo de los otros no es el mismo que el nuestro. Mientras algunos viven horas de eterna agonía, otros sienten que todo el alborozo pasa en un tris. Sin embargo, opino que casi todos tenemos algo en común acerca de esto, no importa cuál haya sido nuestro vivir de los minutos: al fin y al cabo, nos lamentamos; ya sea por varios motivos: nunca hubiésemos querido vivir así, y deseamos invocar al olvido, o anhelamos profundamente renacer esos mágicos instantes.